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En un campo de San Juan

  • Foto del escritor: Ayelen Maestra
    Ayelen Maestra
  • 30 jun 2024
  • 2 Min. de lectura

Observen bien este paisaje, contémplenlo unos segundos…


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¿De qué lado elegirían estar? ¿Del prado llano y verde? ¿O del otro lado donde el marrón de muerte invernal se ha vivificado? Claro, todos quieren sentarse en un pastito brillante… Mas lo brillante no siempre es oro. Mírenlo nuevamente, cuál es real? ¿En cuál de esos predios ustedes dirían que está ocurriendo el invierno entre sus raíces? ¡Adivinen! ¿A dónde eligen cantar los pájaros al despertar?

Esto mi gente hermosa es parte de mi viaje, el morir y renacer en distintos lugares. Permitiendo, y cada vez más, que la muerte ocupe su importante lugar, pues solo a través de ella se respira y se expande la vida.

Un mes intenso, un mes volador, un mes de años y de horas… Así lo viví. Donde juntar hojas o cortar ramas, era la continuación de un Excel con datos. Donde la meditación en soledad, era ciclado con un grupo de estudio que terminaba con una fogata de 5 metros alocada. Encuentro con desconocidos, con lo que tengo el placer de fusionar porque lo conocido ya lo incorporé, pero la nueva que va moviéndose encuentra nuevos colores donde verse cada vez con mayor fluidez.



Presento a estos locos seres hermosos, Ale y Jane, que me dieron la esperanza de verme muy viejita y proyectada con vitalidad. Me impulsaron mucho más de su consciencia, a todo lo que se viene y lo que se está creando tras estas palabras, tras estos encuentros y estos proyectos, bajando a vientos que se hacen escuchar.

Aquí he logrado ampliar mi voz, gracias a muchas amigas (que por momentos, saben y admito que me molestaban), gracias a escucharme y escucharla gritándome a esa TIERRA querida donde me susurran sus cerros coloridos y mi alma anhela prontamente llegar.


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Puedo contarles que en este viaje de la vida, aprendo día a día a sorprenderme del nuevo comenzar; de los encuentros con mis amigos “viejos” y amados con quienes soy libre de filosofar. Gracias a esa triada donde cada comienzo de semana, me daban caricias de realidad jovial. Gracias a mis hermanas que a la distancia no me dejan olvidarme que vivo para concretar mi soñar. Gracias Jane y Ale por tanto, tanto abrazo cálido donde aprendí a acoger y amar esta inseparable soledad.

 

Sigo viaje ahora, a cuidar una casita entre los cerros Merlinos nuevamente. Cueva canceriana, donde se seguirán co-creando los libritos que prontamente tomaran cuerpo y materia, para compartir con todo aquel que guste jugar, entrar, sentir y meterse…

 

 
 
 

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