Color colorado
- Ayelen Maestra
- 25 may 2024
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 26 may 2024
Volver a lo madre. Al olorcito cálido, a los mimos de hija, a compartir los silencios de lo cotidiano. Hablar mucho y también nada, acompañarnos en los días nuevos conociéndonos siempre un poco más. Descansar, descansar, descansar y permitirme descansar.
Disfrutar de ser completa, de ser consciente de lo bendecida que soy por tener a esta madre leona que me ha enseñado a avanzar, a observar, a agradecer. Saber que los días pasan, que parece que fueron muchos y muy pocos, quietas y en movimiento. Saber antes de irme que en este avión algunas lágrimas se me derramaran porque siempre dejar el nido y despegar tiene ese gustito helado, de sentirse sola de nuevo y al mismo tiempo segura que nunca lo estoy, que siempre está también este lugar en el mundo donde volver.

Dolió llegar, dolió el corazón cuando solté y me soltaron; pero ver la suerte que yo tengo de justo a tiempo aterrizar entre estos días lluviosos para quedarse en casa, para estar rodeada de dulces como Caramelo, Azúcar y obvio la cursi de mi madre que les puso esos nombres. De silenciar todo y parar en pleno viaje, dar las cartas de nuevo y saber más o menos a donde estoy y a donde voy, todo lo que tengo y todo lo que voy creando... simplemente gracias por tanto tanto amor a cada destino al que voy.

Familia materna, inmensa y gringa. De acá también salgo, como siempre sapo de otro pozo me siento, como en todos los pozos que hasta ahora conozco. Este papel de ser la diferente, (que por muchos años me ha dolido) hoy lo abrazo, porque me abrazo. No soy igual a ellos, pero de acá aprendí sobre el silencio, sobre el amor familiar, sobre la síntesis, sobre el disfrute por una flor y por un abrazo largo y profundo, que es solo UNO, del cual también estoy teñida.
Podría escribir mucho, porque este lugar me vio y lo veo crecer, porque misionera no soy, pero en mis uñas siempre encuentro la tierra colorada. Agradecida a esta selva que alojó a mis abuelos inocentes, inmigrantes y campechanos. Agradecida porque aquí he jugado de niña, he gritado de adolescente y me sigo encontrando de adulta viendo crecer a ellos y a mi, con los recuerdos de los que no están y los que vuelven a aparecer, con la suerte de poder volver a tejer una y otra vez los vínculos de la familia.

Mi último gracias esta vez es para mi tía Katy. Todos tenemos esta tía o este tío, padre o madre; con el que la vida nos enfrenta y nos lo pone en nuestro camino para amar mas allá de nuestro ego. Encontrarnos en sus dolores y sus enojos, perdonarnos como humanos a nosotros mismos para encontrar la bondad que traen otros. Esa, que en algún momento nos pusimos a pisar de ambos lados porque se nos ha enseñado a lastimar para que deje de molestar, sin tener registro que primero nos lastimamos a nosotros mismos. Gracias porque cada encuentro nos da otra oportunidad para volvernos a escuchar, para mirarnos por primera vez de nuevo, para lentamente crear un vínculo que lo habíamos manchado mucho y que poco a poquito van saliendo yuyitos verdes. Gracias a vos, gracias a mí, gracias vida.

Seguimos volando mis seres queridos, aún no tengo los pies en tierra firme. Mas en el mientras tanto voy danzando, aprendiendo, creando y disfrutando. En unas horas llegaré a la ciudad inmensa, donde siempre me esperan brazos porteños amados.



Comentarios